viernes, 26 de septiembre de 2014

Hermosa reseña de "El estanque esmeralda" (SPEKK, 2014) por Bonsái Clara


Por Eric Olsen
La música ambient siempre tuvo que cargar una responsabilidad funcional. Desde el primer concepto de “música de amoblamiento” de Erik Satie, retomando los “colores” de Schoenberg hasta finalmente formalizar el término en Ambient 1: Music for Airports de Brian Eno. Estos sonidos parecen haber sido hechos con una función específica, condicionando especialmente el cuándo y cómo escucharlos. Sin embargo, Federico Durand bien podría ser uno de los pocos músicos que invierte esta responsabilidad y El estanque esmeralda es la prueba.
La inspiración del disco nació una tarde de cafés en el jardín del Museo Nacional de Arte Decorativo de Avenida Libertador. Un estanque ornamental con lirios causó en Durand una especie de flashback proustiano a un viaje de la infancia al sur patagónico. El recuerdo borroso de los estanques de ese viaje volvió en forma vívida, como si se estuviera presenciando un sueño recurrente. De ahí nace El estanque esmeralda, “hecho en memoria de esa visión” en un intento por darle un sonido a esas imágenes. En vez de hacer una obra que hable al oyente de espacios y paisajes abstractos, es el músico el que utiliza su obra para suscitar estos recuerdos y ponerlos en un lugar eterno. Durand trabaja desde el recuerdo de sensaciones específicas para pintar una memoria.
A través de grabaciones de campo, pequeñas melodías de piano y muchas cintas recicladas de cassette (el material predilecto de Durand), El estanque esmeralda es un recorrido muy delicado, y no deja de suscitar ese sentimiento de remembranza. Así como no hay recuerdo que se mantenga constante en la mente, cada nueva escucha trae nuevas impresiones. También logra generar una especie de reacción en cadena: partiendo de un disco acerca del recuerdo de un recuerdo, el oyente termina formando su propio recuerdo del disco, redescubriendo esas sensaciones pasadas y renovando el acercamiento a la música.
Canciones como “La linterna mágica” o “El pequeño puente de madera” son una representación muy precisa de la mañana sureña, los largos campos de nadie, las montañas de celeste y el cielo de verde, el paisaje hablando por sí mismo. Usando grabaciones directas del sonido de agua, el grillar lejano, el rose del viento, uno se siente prácticamente de vuelta en el recuerdo. Otros momentos como “Un claro del bosque iluminado por la luz de la luna” o “El maravilloso cuenco de Ritva Kaukoranta” son apreciaciones más cercanas al trabajo de Durand como tecladista, usando un sinfín de recursos para crear trabajos minimalistas.
Las piezas finales parecen venir más que nada de grabaciones olvidadas, cintas sucias y distorsionadas en loop, cerrando con la melancólica “Nymphaea”. Es así que se usan materiales perdidos en la memoria para crear una obra que justamente habla del mismo concepto. Tanto desde la inspiración inicial de la obra, el proceso de grabación, y las sensaciones que emanan las canciones, El estanque esmeralda logra cerrar completamente un concepto fácil de apreciar y sentirse identificado. Así como muchas veces nos apropiamos involuntariamente de anécdotas que escuchamos o pensamos en sueños como si hubieran sido recuerdos, el disco logra transmitir recuerdos para que cada uno los vuelva propios.
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Muchas gracias Bonsái Clara y Eric Olsen por esta bella reseña! F.